En Río Gallegos, donde el viento azota con la misma intensidad que la soledad, la depresión y varias otras cuestiones, la salud mental se ha convertido en una problemática tan presente como el clima patagónico. Aquí, en el confín del mundo, los psicoanalistas no solo enfrentan los desafíos habituales de su profesión, sino también un fenómeno curioso y profundamente humano: los pacientes que se enamoran de ellos.
Estos casos, conocidos en psicoanálisis como "transferencia positiva", son una muestra de cómo los afectos del paciente se proyectan en la figura del analista. No es raro que, en el proceso terapéutico, surjan sentimientos amorosos que, aunque puedan parecer reales, son en realidad un eco de relaciones pasadas. La transferencia se convierte así en un puente entre el presente y el pasado del paciente, una oportunidad para explorar emociones arraigadas y, a menudo, inconscientes.
En este orden, también tenemos la "transferencia negativa" que refleja sentimientos de hostilidad, ira o desconfianza hacia el terapeuta. Es el reverso del amor, pero igualmente valioso en el camino hacia la comprensión de uno mismo. Ambas formas de transferencia son herramientas fundamentales en el proceso analítico, permitiendo que el paciente y el analista trabajen juntos en la resolución de conflictos internos.
Ahora bien, en el ámbito del psicoanálisis, la ética profesional es un aspecto crítico que guía la conducta del terapeuta, especialmente cuando se enfrenta a la transferencia amorosa de un paciente. Es esencial que el psicoanalista mantenga una postura objetiva y profesional, reconociendo estos sentimientos como parte del proceso terapéutico y no como algo que deba ser correspondido. La claridad en los límites de la relación terapéutica es fundamental para asegurar que el paciente entienda que el vínculo es estrictamente profesional.
El analista tiene la responsabilidad de utilizar la situación como una oportunidad para explorar los patrones relacionales del paciente, promoviendo su crecimiento personal. En momentos de duda o dificultad, buscar la supervisión de colegas puede ofrecer una perspectiva valiosa.
Por otro lado, hay ciertas acciones que son inaceptables desde el punto de vista ético. El terapeuta nunca debe corresponder ni incentivar los sentimientos amorosos del paciente, ni aprovecharse de su vulnerabilidad emocional para beneficio personal. Ignorar o minimizar la importancia de la transferencia amorosa puede resultar en daño emocional y un estancamiento en el proceso terapéutico.
Es por esto que el psicoanalista debe manejar la transferencia amorosa con la máxima profesionalidad, utilizando la situación como un recurso de curación y nunca como un medio para satisfacer necesidades personales. La ética debe ser la brújula que guíe cada interacción, asegurando que el bienestar emocional del paciente sea la prioridad.
Para cerrar esta columnita tan querida por los lectores de "Santa Cruz nuestro lugar", sería saludable preguntarnos:
"¿Por qué el psicoanalista nunca se enamora de su paciente?"; y, asimismo, respondernos "porque sólo mantiene una relación de cama... Es decir, la del diván.
Y recuerden: el amor en terapia es un viaje por la mente, no por el corazón.
Por @_fernandocabrera
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