Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha mantenido una fascinación peculiar con aquellos cuya mente danza al ritmo de melodías desconocidas. En cada era, en cada sociedad, los "locos" han sido tanto marginados como venerados, figuras de burla y a la vez de culto. En la historia de Río Gallegos, esta dualidad se ha manifestado con claridad meridiana.
La razón, ese faro que guía a la mayoría, a menudo se convierte en una venda que limita la visión del infinito potencial humano. La locura, por otro lado, es entonces como una claraboya: una apertura que, aunque pequeña y a menudo despreciada, permite que la luz de la verdad ilumine a los valientes o a los desafortunados que se atreven a mirar a través de ella.
En las calles de Río Gallegos, personajes como Quique, el Colilla y el Maceta fueron y son testimonios vivientes de esta realidad. El ya difunto Quique, con su actitud desafiante, escupiendo a aquellos que no resonaban con su frecuencia, era un recordatorio constante de que la aceptación no es un derecho, sino un regalo que se gana con la autenticidad.
El Colilla, por su parte, ofrecía su arte efímero, una danza de cumbia a cambio de unas monedas para el vino, a la salida de donde fue del cine Carrera. Su presencia era un espejo de la alegría y la tragedia, una celebración de la vida en sus términos más crudos.
Y el Maceta, aún entre nosotros, vendiendo diarios, es el cronista silencioso de una sociedad que avanza a pasos agigantados hacia el futuro, pero que aún se detiene a escuchar las historias contadas por aquellos cuyos ojos ven más allá de lo evidente.
Estos individuos, con sus peculiaridades, no son meros adornos en el paisaje urbano; son la lumbre que, con su locura, iluminan aspectos de nuestra existencia que la razón por sí sola no puede revelar. Nos recuerdan que, en ocasiones, es necesario desviar la mirada del camino bien trazado para encontrar belleza y verdad en los rincones más incómodos e inesperados.
Así, Río Gallegos, al igual que muchas otras ciudades, no solo ha tolerado a sus locos, sino que los ha adorado, consciente o inconscientemente, reconociendo en ellos la chispa de divinidad que reside en la diferencia, en la disidencia, en la diversidad del espíritu humano.
Por @_fernandocabrera
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