El viento apenas cortante se cuela por las rendijas de mi abrigo mientras camino desde el barrio Belgrano hacia el playón del SIPEM. No soy un amante del cuarteto ni de la cumbia, pero esta noche no se trata solo de música. Es la tercera edición de " La Fiesta Provincial del Frío", un evento que nos une más allá de las preferencias personales y los géneros musicales.
La ciudad de Río Gallegos se ha vestido de luces y colores. Con una grilla cultural para todos los gustos y en distintos espacios, la gente recorre y se agrupa en pequeños círculos, compartiendo mates y risas. Aunque el frío aprieta, hay algo que nos calienta por dentro: la comunidad. En medio de la crisis económica y el contexto político neoliberal que atraviesa Argentina, este encuentro cultural cobra un especial significado.
Miro mi celular. Por mis redes sociales compruebo que la grilla de hoy incluye cómo artistas principales a Flor Álvarez y Valentina Márquez. Aunque no soy fan de ninguna de las dos, reconozco su influencia en nuestra cultura. Las luces se encienden, y la multitud se agita. La música comienza, y algo mágico sucede. La helada intemperie es doblegada por una energía tribal. No importa si preferimos el tango o el rock; todos nos movemos al mismo compás. Todos somos iguales. Es como si las notas nos abrazaran y nos recordaran que, más allá de nuestras diferencias, somos parte de algo más grande.
El termómetro marca cero grados, pero el calor humano es palpable. Converso con una señora mayor que me cuenta historias de otras fiestas populares. "Nosotros somos así. En los años difíciles, nos refugiamos en la música y las ferias", me dice como si el frío fuera la metáfora certera de las adversidades que enfrentamos como sociedad. Y oyéndola, compruebo que esa metáfora sigue vigente. Nos abrigamos unos a otros, compartimos bufandas y sonrisas, pienso.
El neoliberalismo como siempre puede intentar dividirnos, pero aquí, en este playón, somos uno solo. Cómo un batallón. Nuestros pasos transmitidos de generación en generación son un acto de resistencia.
En un mundo globalizado, donde las tradiciones a menudo se desvanecen, estos bailes son un grito de identidad.
Así que aquí estoy, entre las luces y las sombras, entre los acordes y los abrazos. No soy un experto en música, pero sé que esta noche es más que un festival. Es un recordatorio de que, en medio del frío y la incertidumbre, los santacruceños seguimos unidos.
La música Valentina Márquez sigue sonando, y yo, un observador en la penumbra, aplaudo con el corazón.
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