Faltan pocos días para San Valentín y mi cuñada está obsesionada con la idea de conseguirse un novio. Pero no uno cualquiera. Sino uno como Matías, el de la serie "Envidiosa", ese personaje de Netflix que parece salido de un manual de “novio ideal”: atento, amoroso, disponible las 24 horas.
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—Estoy harta de los chabones que me clavan el visto —me dice, tirada en el sillón, con el mate en la mano—. Quiero un Matías en mi vida.
Yo la miro, sonrío y juego con las calcos pegadas en el termo en mi mano. Puedo olerlo a la milla. Sé exactamente cómo va a terminar lo que está flasheando: no con ella enamorada de un Matías, sino quejándose de lo “aburridos” que son los hombres que la tratan bien.
—A ver —le digo, acomodándome para lo que viene—, te voy a explicar por qué no podrías enamorarte ni a ganchos de un Matías.
Y entonces le hablo de la neurociencia, de la dopamina y de cómo nuestro cerebro se engancha con lo impredecible. Le cuento que, cuando alguien nos genera incertidumbre—¿me quiere?, ¿no me quiere?—, se disparan niveles altos de dopamina, el químico del placer y la recompensa. Y que, cuando la otra persona está siempre ahí, sin altibajos, esa chispa química se apaga.
Ella frunce el ceño. Pone cara de embolada.
—O sea que me gustan los boludos por culpa de mi cerebro.
—En parte sí —respondo, riéndome—. Pero también por cómo aprendimos a amar. Si creciste en un ambiente donde el amor era inconstante, es probable que lo asociés con el drama y la incertidumbre. Y ahí es donde Matías no tiene chance.
Hago una pausa y continúo. Le explico cómo los modelos sociales nos enseñan que el amor debe ser una lucha, una historia difícil, un sacrificio. Por eso, muchas veces, lo sencillo nos parece poco emocionante.
Ella me escucha en silencio. Me mira con sospecha.
—¿Y si me obligo a salir con un Matías hasta enamorarme?
—No funciona así. Si no identificás el patrón y no cambiás la forma en la que entendés el amor, te va a pasar lo de siempre: después de dos citas vas a decir que es “muy buen tipo”, pero que “le falta chispa”, que “te aburre” y bla, bla, blá...
Ella suspira, toma un sorbo de mate, me lo devuelve, y se queda pensando.
—Bueno… ¿y si en vez de un Matías, consigo un término medio?
—Puede que sea una mejor idea, pero no te aseguro nada.
Sin dejar de mirarme raro, me retruca:
—Y vos y mí hermana hace cuánto están juntos.
—Si todo va bien, en abril cumpliríamos un año.
—Y ¿cuál de ustedes dos la juega de imprevisible?—Pregunta la muy pilla.
—¡Ella!—Le contesto, sin dudar.
—Entonces, para este San Valentín te deseo toda la dopamina del mundo—remata entre carcajadas, la pendeja atrevida.
Antes de prohibirme escribir sobre esto en "Santa Cruz nuestro lugar", se vuelve a poner reflexiva. Mientras le alcanzo otro amargo, conjeturo que afrontar el Día de los Enamorados en soledad la angustia un toque. Pero, por lo menos, parece que nuestra charla le dio una nueva perspectiva sobre el amor.
Por @_fernandocabrera
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