El estancamiento emocional no es un estado que llega así como así. Somos nosotros quienes nos encargamos de abrirle la puerta y, sin ningún obstáculo, le damos autorización para que se quede. Existen circunstancias, momentos y experiencias que ayudan a alimentarlo. Y ninguno estamos a salvo de padecerlo.
El problema es que, a menudo, nos negamos a admitirlo y permanecemos en dicho estancamiento sin medir las consecuencias. La gente se aleja de nosotros, las oportunidades se nos escapan igual que la arena entre los dedos, la alegría se evapora y nos volvemos seres sombríos. Se nos pierde del horizonte, se nos va la esencia de la vida.
La motivación desaparece. Lo que antes nos gustaba ahora se nos antoja ridículo y sin sentido. Preferimos estar solos. Cerramos nuestro corazón y decidimos aislarnos para no molestar ni ser molestados. Y sin proponérnoslo acabamos enterrados en vida. A continuación veremos algunas etapas del estancamiento emocional y cómo evitar caer en él.
La rutina, aliado número uno del estancamiento emocional
En un estado de rutina , los días se diferencian muy poco. Damos los mismos pasos, decimos las mismas palabras, hablamos con las mismas personas. Estamos tan acostumbrados que, aunque no nos damos cuenta, somos una constante repetición. Lo peor de todo es que no queremos salir del estancamiento emocional a pesar de lo mal que nos sintamos.
Si vivimos en pareja, las cosas no son tan diferentes. Llega un momento en el que el otro, así esté con nosotros hace años, se convierte en un extraño. Ya ni siquiera advertimos, o no nos importa, si hay algún cambio en su personalidad. No compartimos a fondo la vida, con todo el sentido que ello implica. Es, ni más ni menos, una costumbre más.
La rutina es capaz de acabar con las ganas de vivir. No se trata tampoco de echar por la borda todo lo construido. Pero hay que darle oportunidad a las sorpresas , descubrir ese mundo nuevo que es posible encontrar en la cuadra de todos los días. Variar el camino para ir al trabajo (o a cualquier actividad) es un buen comienzo.
Lo demás vendrá por añadidura. Si empiezas a sorprenderte otra vez con las pequeñas cosas, te darás cuenta de que no necesitas excusas para sonreír de nuevo. El solo hecho de estar dispuesto al cambio y acabar con la espantosa rutina, traerá nuevas oportunidades y te ayudará a crecer.
Atrapados en la zona de confort
Una de las cosas más nocivas es no querer salir de la zona de confort, ese aparente estado ideal que suple nuestras necesidades. Sin embargo, no es más que un engaño, una ilusión que nos impide avanzar. Por ejemplo, no nos sentimos identificados con el trabajo que hacemos, pero permanecemos en él por temor a quedar desempleados.
A pesar de la perspectiva, la desechamos y preferimos mantenernos en el lugar de siempre. Significa, en otras palabras, no arriesgar aunque ello implique mantenernos en el estancamiento emocional, y todo por preservar una seguridad en forma de espejismo.
Más allá de tener metas claras, es indispensable reconocer que el crecimiento personal implica moverse de un lado al otro. Estar, además, dispuesto al cambio y entender que las experiencias nuevas enriquecen. Poco a poco encontraremos ese equilibrio que nos permitirá asumir los retos sin importar lo complejos que estos sean.
De esta manera podremos sobrellevar las angustias que traen tiempos difíciles. Al no depender de nuestra zona de confort, tenemos la capacidad de levantarnos de las caídas. De paso, abandonamos esa quietud que, así no la sintamos, nos anula y empequeñece.
Apatía, desmotivación, tristeza
Perdemos el entusiasmo, nada nos motiva y dejamos, inclusive, que otros decidan por nosotros. La alegría no es una opción. Ahora permanecemos ausentes y con una sombra de tristeza en la mirada. Comemos, respiramos, dormimos, nos movemos más como un acto reflejo que por iniciativa propia. No vemos los colores que dibujan al mundo.
Nuestras emociones se hallan en el nivel más bajo de sensibilidad. Nada ni nadie nos mueve y vemos pasar la vida como si se tratara de ese tren al que no llegamos a tiempo, que se fue y nos dejó en la estación. Y si en ese momento llegan las oportunidades, no tenemos la capacidad para aprovecharlas. Entonces, de nuevo el tren se va; ya nada podemos hacer.
Se nos empieza a ir la vida cada vez más rápido, aunque sabemos que solo nosotros somos capaces de salir de ese estancamiento emocional. Recuperar la capacidad de asombro es clave, así como volver a soñar. Sería un gran acierto que buscáramos y trajéramos a nuestro presente ese niño que todos llevamos dentro. Es hora de dejarlo salir.
La fantasía no tiene por qué reñir con la realidad. La gente que no abandona sus sueños es capaz de hacer cosas inimaginables. Todo comienza por abrir las puertas a la imaginación y creer que todo es posible. El juego, en medio de la rigidez de una vida monótona, es una herramienta para recuperar la ilusión, la creatividad y la risa.
De La Mente es Maravillosa
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