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El Chaltén: la tragedia recurrente de los amantes del abismo

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 7 abr
  • 3 Min. de lectura

Año 2023. Río Gallegos. Barrio Jardín. La tarde es fría y soleada y el viento, ese que nunca se calla, sacude todo con la misma furia con la que zarandea nuestras culpas. El taxi me deja frente a la casa de mi amante. La calle está desierta, como si el barrio supiera. Él —el marido— no está, claro. Nunca está. Se fue a escalar otra vez, a El Chaltén. Ese lugar maldito donde la piedra cobra vidas y los vivos se juegan todo por sentir algo.

Mientras cruzo el caminito de piedritas desordenadas, no puedo dejar de pensar en eso. En cómo El Chaltén se volvió un agujero negro que traga a los obsesivos del abismo. Una especie de triángulo de las Bermudas patagónico, pero sin ni palmeras. Solo roca, hielo, viento y la muerte acechando desde el próximo agarre flojo.


Ella abre la puerta. Bata de polar, mate en mano, mirada de domingo con fiaca. Me hace pasar. Afuera, el viento sigue puteando. Adentro, el tiempo se suspende. Somos dos que se encuentran porque uno no está. Porque el otro —ese que duerme colgado de una hamaca en medio del Fitz Roy— prefiere poner el cuerpo allá arriba antes que acá abajo.

El tipo se llama Sebastián. Treinta y pico largos. Flaco como alambre, curtido como bota vieja. Alpinista empedernido. Vive más en una carpa que en su casa. Escala con la misma fe con la que otros rezan. Allá, entre las grietas y las heladas, encuentra “sentido”. Que no hay mejor forma de vivir que a centímetros del desastre. Yo pienso que está completamente chapita, pero no lo digo. Porque gracias a su locura, yo tengo estas horas furtivas con su mujer.


Lo que pasa en El Chaltén ya no sorprende a nadie. Las muertes son una constante que apenas araña los noticieros. Como si estuviéramos acostumbrados a que se nos mueran los locos de la adrenalina. Y la lista de escaladores parece una especie de altar de mártires modernos. Hombres y mujeres que se creen Ulises y terminan empalados por el propio mito que los alimenta.


Ella me cuenta que la última vez que lo vio, Sebastián tenía los ojos rojos de no dormir. Que se fue sin besarla. Que dejó la mochila lista la noche anterior como un soldado que se embarca en una guerra sin enemigo. Le pregunto si no tiene miedo de que un día no vuelva. Me dice que sí, pero que ya aprendió a convivir con esa sombra. “Él se va, vos venís. Todo se equilibra”, me dice, y me besa con hambre.


Y yo pienso: qué raro es el amor cuando lo mirás desde la cornisa. Cuando sabés que todo puede volar por el aire en cualquier momento. Que una piedra suelta o un error de cálculo puede hacer que te quedes solo, o más solo todavía.


En el fondo, esos tipos no escalan montañas. Escalan su propio vacío. Quieren sentirse vivos porque, quizás, nunca aprendieron a vivir abajo. Acá. Con el mate frío, los hijos que lloran, la boleta de gas y la rutina que te lima el alma. Allá arriba, todo es puro. Todo es riesgo. Todo es muerte disfrazada de libertad.


Ella se duerme después del sexo, con el brazo colgado de mi pecho como una soga floja. Yo me quedo mirando el techo, pensando en que a Sebastián capaz se lo traga la montaña esta semana. Y que yo, en vez de sentir alivio, sentiría... No sé qué carajos sentiría. Lo que sí sé es qué dejaría de venir a verla.


Sin que ella despierte, agarro mi Android sobre la mesa de luz, abro Google, y busco algún registro o base de datos oficial que lleve un conteo histórico de las tragedias. Y nada. Solo noticias aisladas que me arrojan algunos nombres de los que no perdonó la montaña:


Toni Egger (Austria, 1959); Bernardo Collares (Brasil, 2011); Chad Kellogg (EE. UU., 2014); Thomas Kudrna (Rep. Checa, 2019); Fabricio Amaral (Brasil, 2019); Leandro Iannotta (Brasil, 2019); Turista alemán (sin identificar, 2022); Corrado "Korra" Pesce (Italia, 2022); Christoph Klein (Alemania, 2022); Cassandra Doolittle (EE. UU., 2022); Marcos Gorostiaga (Argentina, 2023); Amaia Agirre (España, 2023); e Iker Bilbao (España, 2023)...


Y la lista sigue. Pero mis ojos se cansan. Dejo el celular. Abrazo a la flaca. Al lado de su desnudez me dejo arrastrar por el sopor de la tarde. Entre sueños, alcanzo a pensar que El Chaltén los llamó por su nombre. Y ellos, como tantos otros, acudieron.

@_fernandocabrera

 
 
 

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