En el marco del conflicto bélico de 1982, los combatientes argentinos demostraron que la innovación no siempre depende de la tecnología.
Durante la contienda por las islas Malvinas, las tropas nacionales emplearon una estrategia comunicacional que resultó tan ingeniosa como efectiva: utilizar lenguas originarias como el guaraní y el quechua para asegurar la confidencialidad de sus mensajes.
Esta táctica permitió sortear la vigilancia de las fuerzas británicas y chilenas, aliadas en el intercambio de información. Las órdenes transmitidas en estos idiomas autóctonos garantizaron que movimientos estratégicos clave permanecieran fuera del alcance enemigo, facilitando éxitos operativos notables.
Enfrentando tecnología de última generación, los pilotos nacionales lograron hundir buques británicos y neutralizar aeronaves enemigas. Uno de los episodios más emblemáticos ocurrió el 4 de mayo, cuando un misil Exocet lanzado desde un avión argentino impactó al destructor HMS Sheffield, hundiéndolo. Días después, las fragatas HMS Ardent y HMS Antelope también sucumbieron bajo el ataque argentino, en una clara muestra de determinación y valentía.
La elección de los idiomas nativos no solo potenció la seguridad de las comunicaciones, sino que también reflejó el valor de la diversidad cultural como un recurso estratégico. En un escenario adverso, esta herencia lingüística demostró ser una herramienta fundamental, recordando que en la unidad de los pueblos conviven fortalezas invaluables.
Así, Argentina dejó una lección imperecedera: la riqueza de su diversidad cultural puede ser una ventaja decisiva incluso en los momentos más críticos.
Por @_fernandocabrera
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