Michel Maffesoli, influenciado por Nietzsche, considera la violencia no simplemente destructiva, sino esencial para el dinamismo social. Este sociólogo francés ve en los arrebatos emocionales de grandes eventos, tales como conciertos y encuentros deportivos, manifestaciones del dinamismo social y cósmico, cruciales para la estructura comunitaria.
En "Ensayos sobre la violencia banal y fundadora", Maffesoli sostiene que es erróneo intentar contener o suprimir estas efusiones de entusiasmo. Para él, son vitales para la regeneración y el vigor de la comunidad, desafiando concepciones convencionales de orden y autoridad, y nos invita a reevaluar la función de la violencia en nuestro entorno.
Sus ideas resuenan con las de Michel Foucault quien también postuló que el poder no solo reprime, sino que también genera, dándonos forma y definiendo nuestras interacciones.
Reflexionando desde mi formación en la educación pública, percibo una complejidad creciente en Argentina. La protesta universitaria de mañana 23 de abril ilustra la búsqueda de la juventud y el ámbito académico por expresarse y cuestionar lo establecido por el gobierno de Milei. Una posible represión gubernamental podría interpretarse como un esfuerzo por preservar el status quo; desentendiéndose de lo que Maffesoli ve como imprescindible.
La educación estatal, fuente de estas convicciones entre los jóvenes argentinos, se halla en el núcleo de la discusión ¿Es adecuado reprimir la manifestación de anhelos y aspiraciones de cambio? ¿O deberíamos hallar un balance que acoja tanto la expresión como la cohesión comunal?
La marcha de docentes y alumnos de mañana será una prueba de estas teorías, un punto de inflexión para discernir si Argentina se inclinará por la coerción o hallará maneras de dirigir tal ímpetu hacia una transformación constructiva. Aquí, la violencia trasciende lo físico, adquiriendo un carácter simbólico en la contienda por el poder de moldear el porvenir nacional.
Por @_fernandocabrera
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