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Carmencita y la luz de la media mañana

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 5 abr
  • 4 Min. de lectura

Camino por las calles, viendo cómo la media mañana nublada se desarma entre heladas ráfagas filosas. No es un paseo al pedo. Busco algo más que noticias para los lectores de "Santa Cruz nuestro lugar"; necesito encontrar un punto de encuentro, una forma de hacerles saber que no están solos en medio de este quilombo económico y emocional que nos tiene a mal traer a los argentinos.

Quiero decirles que en la redacción sabemos bien lo bravo que está todo, cómo la desesperanza se te mete en el cuerpo y la angustia se hace una mochila que pesa cada vez más. Que no somos ajenos a que la guita no alcanza, las cuentas se amontonan y cada día se siente como una carrera sin llegada. Más que nunca, siento la necesidad de que mis palabras sean un lazo, un gesto que ayude a ver más allá de tanto bajón.


Pienso en un texto que les muestre lo tramposa que es la cabeza, en virtud de que siempre busca confirmar lo que ya creemos. Porque si nos decimos que todo está hecho pelota, cada tropezón, cada quilombo nos va a parecer una prueba irrefutable de eso.


Quiero hacerles saber que también es cierto que podemos hacer que este mismo mecanismo labure a nuestro favor. Y que si nos damos la chance de creer que todavía queda algo que valga la pena, nuestro bocho va a empezar a buscar esas señales. Y las va a encontrar. Porque aunque sea chiquita, la fe puede hacer que miremos distinto y darle otro sentido a lo que nos rodea.


Mientras rumio estas ideas, con los pensamientos volando como bolsas al viento, llego a la calle Pasteur, casi en la esquina con San Martín. Sobre la vereda de la Cruz Roja, la veo a ella. Carmencita. Como siempre va caminando apurada. No dudo en perseguirla, frenarla y reportearla.


Carmencita no es una desconocida. Todos en Río Gallegos la cruzamos alguna vez. Es como un personaje entrañable de esos que ya forman parte del paisaje urbano. Se la ha visto en el hall del Banco Nación, en la sala de espera del hospital, de la Caja de Servicios Sociales, en los pasillos de la municipalidad o parada en plena Kirchner, justo donde la ciudad late con más fuerza. En cada una de esas apariciones, habla. Le habla a la gente. A viva voz, sin miedo al ridículo, entrega la palabra de Dios como si el mundo se fuera a terminar mañana (¿Y quien sabe si no es así?). No importa si es lunes o feriado, si llueve o sopla ese viento criminal tan nuestro: ella está ahí, convencida de que alguien necesita escucharla.


Algunos la esquivan, otros la miran con ternura, y están los que frenan, le toman la mano y le agradecen. Porque más allá de las creencias, Carmencita encarna algo que escasea: una certeza, un impulso. Ella no predica desde un pedestal sino desde la calle, con la voz cascada y una fe que no tambalea ni bajo apremios ilegales. En un pueblo donde a veces pareciera que ya nadie tiene tiempo para nadie, ella aparece como un recordatorio viviente de que todavía hay palabras que pueden consolar, incluso si vienen envueltas en locura o en frases que a simple vista no dicen mucho, pero calan hondo.


No bien termino de detonar la grabadora de mi celular y de hacer el conteo de rigor ante el micrófono (hola, hola...1, 2, 3, 4...) para verificar que las ondas de la app se mueven en la pantalla, ella declara con toda seguridad:


"En primer lugar, le doy gracias a Dios por esta hermosa jornada que nos regala. Me llamo Carmen Pérez. Soy hija de Dios desde hace 25 años y vivo en Río Gallegos. Llevo la Palabra de Dios por toda la ciudad y me siento útil haciéndolo, porque muchas vidas la necesitan."


"Agradezco tener trabajo, hijos con empleo, nietos sanos y una gran familia en la fe: mis hermanos en Cristo Jesús. Conocí a mi gran amor, Jesucristo, y cada mañana me siento bendecida. Él me acompaña siempre, me lleva de su mano".


"Trabajo en Telecomunicaciones de Casa de Gobierno desde hace casi 28 años. No nací en Río Gallegos, pero amo esta provincia que Dios me regaló. Asisto a la iglesia Movimiento Cristiano y Misionero 'Cristo la Respuesta'."


"Dios me envió a llevar su Palabra, y soy una privilegiada por eso. La gente me lo agradece: muchos me dicen “fuerza, no bajes los brazos, Carmencita”. Siempre oro con los enfermos, pero es Dios quien hace todo. Yo solo soy un instrumento".


"Si alguien necesita hablar, puede acercarse. Siempre estoy en la calle, caminando la ciudad. Simplemente soy fiel a Jesús que me ama."


Cuando Carmencita termina de hablar, apago el grabador, le agradezco, me agradece, y se despide con bendiciones. Quedo solo bajo esa media mañana, que de pronto se despeja y se vuelve soleada.


En medio de ese pequeño gran milagro, me pongo cínico —por no decir socrático— y pienso que la religión es, al igual que la lengua con la que ahora escribo, otro dispositivo de poder y control.


Y asimismo recuerdo algo que me dijo un profesor en la secundaria y que ya creía olvidado: "La religión es la proyección del hombre hacia lo divino; y lo divino, es lo inexplicable."


Desde entonces, no me maravillan los ateos, los agnósticos, los no creyentes, los incrédulos, los irreligiosos, los impíos, los herejes, los libres pensadores, los racionalistas, los materialistas, los escépticos, los blasfemos, los negadores de Dios, los apóstatas, los infieles o los paganos.

De hecho, si lo divino es lo inexplicable, los encuentro iguales a mí: todos munidos de un argumento frente al abismo.


Porque si hay algo que nos une no es la certeza, sino la incertidumbre. Somos, al fin y al cabo, seres inexplicables intentando narrarnos el sentido. Hermanados no por la fe o la razón, sino por la absurdidad que nos iguala.


Como sea, esta columna no es una apología de ninguna religión; sino, más bien, un elogio humilde y radical a la capacidad de las personas que, como Carmencita, saben entregarse al otro.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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